La lunotipia. Tipografía digital, TeX y cafeína

Didot, aplá y el bálsamo de la tradición

Ciertas corrientes en la producción actual de libros, que podríamos tildar de vandálicas o iletradas, parecen disfrutar de un placer malsano en abolir las tradiciones tipográficas a golpe de ego. Y cuando el ego del productor del libro, inflado, estorba entre el autor y el lector se rompe ese antiguo contrato social mediador de ambas orillas, que es la esencia de la tipografía y que garantiza su benefactora invisibilidad. La «originalidad», lo hemos dicho muchas veces pero no importa insistir una más, es un veneno en la tipografía del libro. El otro veneno, casi concatenado, suele ser la salmodia del diseño gráfico, que alimenta hasta límites insospechados la arrogancia del, ya no tipógrafo, sino «diseñador». Éste, habitual analfabeto digital y analógico, o bien desconoce las elementales normas de composición que le ha legado la tradición, o bien se siente tan venido arriba que se cree en potestad de inventarse toda la tipografía de golpe él solo, a base de una infantil, casi automática transgresión. Sin ir más lejos, hace poco me topé con un libro cuya tabla de contenido estaba dispuesta de tal forma que generaba en el lector (es decir, en mí) la desagradable sensación de que todo ese índice estaba del revés. No sé si era eso lo que pretendía nuestro «diseñador» de turno. Probablemente no, pero seguro que le pareció divertido jugar con unos márgenes lisérgicos e incluso le extrañaría por qué nadie lo había hecho antes. Cuánto mejor si tan sólo hubiese tenido en cuenta que el lector (es decir, yo) que acude a una tabla de contenido lo que quiere es eso: hacerse una idea del contenido y de las páginas en que éste se despliega. No sorpresas. No mareos. No fiestas.

En todo caso, entiéndase: no estamos afirmando que sea ilícito buscar nuevas vetas en la tipografía del libro; ni que en ella esté ya todo definitivamente dicho. Pero para minar tales vetas no es necesario —ni aconsejable— dinamitar lo colindante o precedente. Se impone siempre un equilibrio. Entre lo nuevo y lo que ha funcionado siempre. Y, sobre todo, se hace necesario comprender cómo y de qué manera ha funcionado. La tradición tipográfica, que es un conjunto de normas y de rutinas, no hay que verla como una rémora sino como un inagotable tesoro.

Dentro de estas alhajas heredadas daremos aquí unos breves trazos de una en especial —y de un caso concreto en la tradición vernácula de la tipografía griega— que podríamos denominar los «tipos estándar». Es decir, aquellos tipos o familia de letras que se convierten en los habituales para componer un texto y que el lector de libros, de alguna forma inconsciente, ya los espera, pues los tiene tan asimilados como el rumor del mar en la costa o el runrún del tráfico en su ciudad.

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Figura 1: Un pasaje de Hymne D’Aristote a la vertu. Traduit en vers français par Firmin Didot, editado en París por Firmin Didot en 1832 (obsérvese las típicas variantes contextuales de la beta inicial y media)

Los tipos estándar son un concepto variable. Así, en la tradición tipográfica anglosajona puede recaer no en una sino en varia familias, dependiendo de la época, el lugar e incluso el vaivén de las modas. Tipos como Bembo o Caslon bien pueden asumir tal rango, por citar un par de nombres célebres. Y, en tiempos más recientes, la Times Roman. Pero si hablamos de la tipografía griega hecha en Grecia, al menos hasta el siglo XX hay un nombre que brilla en justicia por sobre todos: Didot.

Como ya referimos en esta historia de la tipografía griega para impacientes, la representación libresca de la lengua griega se desarrolló y maduró durante un largo y fructífero período de exilio, y no llegaría a su Ítaca particular, a Grecia, hasta entrado el siglo XIX. Hasta entonces, y promovida por escribas y tipógrafos griegos, igualmente exiliados, sus centros de influencia estaban en Venecia, París y Viena, principalmente.

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Figura 2: Un ejemplo de convivencia de tipos Didot latinos y griegos en Alde Manuce et L’Hellénisme a Venisse, publicado por Firmin Didot en 1875

Cuando llegó la imprenta a Grecia, que se hallaba aún bajo el yugo turco, las páginas impresas de la escritura griega habían alcanzado ya un notable estado de madurez; de mayoría de edad tipográfica, podríamos decir, en que, gracias a los primeros hallazgos de Bodoni y, sobre todo, a la posterior revolución a cargo de Didot, ya se decía adiós definitivamente al estilo caligráfico. Ambroise-Firmin Didot había conseguido, en efecto, dotar a las letras griegas de un temperamento propio, decididamente tipográfico, sin servidumbre alguna de los trazos y formas latinas, sin resto de las florituras del escriba. No es de extrañar que desde esa atalaya privilegiada y vanguardista, fuera también Didot el mentor del regreso (encuentro primerizo, más bien) de la tipografía griega a su patria real y legítima.

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Figura 3: Una página de la Gramática griega en demótico de Neofitos Vamvas, compuesta en Didot

Con el abundante material y tipos, en efecto, que hizo mandar Didot hacia Quíos (el primer deseo del impresor francés era Atenas, pero se desestimó a causa de la situación política), pudo imprimirse allí la Gramática griega en griego demótico del erudito Neófitos Vamvas, en 1821 (fig. 3). La nueva imprenta no tardó en ser destruida por los turcos, y a su vez no tardó Didot en donar nuevo material, cuyo destino fue ahora la isla de Hidra. Allí se emprendió (1824) la impresión del periódico Ο Φίλος του Νόμου (El amigo de la ley), de una efímera existencia de tres años, pero de un poso decisivo.

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Figura 4: Primera página del periódico Ο Φίλος του Νόμου, compuesta en Didot

Los tipos aplá

Gracias al trascendente impulso didotiano la tipografía griega, ya por fin en Grecia, fue escalando y adquiriendo su personalidad propia. La influencia francesa fue siempre innegable (¿quién en su sano juicio renunciaría a ella?) pero los impresores griegos también supieron construir poco a poco una tradición que ya era, y con toda justicia, vernácula. Y aún nos atreveríamos a añadir esto que sigue: desde que Grecia se puso por fin al frente de su propia tipografía para representar la lengua que le es propia, la representación del griego fuera de la Hélade debe seguir ya las normas de la tipografía hecha allí, que conjunta lo mejor del acervo acumulado durante su larga historia «apátrida» con los nuevos establecimientos y prescripciones que dictaron los peritos impresores griegos1.

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Figura 5: Detalle de una página de Η Μεγάλη Ελλάς, de Galatia Kazantzaki, publicado en Atenas en 1927 y compuesto en Didot

Y es lícito llamar la atención sobre la letra que se convirtió en feliz constante a lo largo de esta joven pero fructífera tradición: los tipos griegos que definiera Firmin Didot. No tardaron en erigirse en un estilo propio y netamente reconocible, un estándar de facto que los impresores del país acabaron denominando aplá, esto es, «sencillo», «plano», «simple». Con la implantación del uso de la monotipia a finales del XIX y principios del XX llegó la culminación de este estilo, por obra de los habilidosos monotipistas helenos y la asunción de la versión didotiana que distribuía la casa Monotype, la célebre Greek 902, con la que se compusieron páginas griegas de una claridad diáfana y limpia, hermosas y paradigmáticas.

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Figura 6: Detalle del periódico Ανθολογία (1837), compuesto en Didot. Resalto dos ejemplos de caracteres contextuales alternativos de beta media e incial

Ahora bien, el estilo aplá no sólo se encontró con el reto de ir definiendo un espíritu autóctono para la representación tipográfica de la lengua griega. Había por delante otro desafío acaso más profundo, y era el de representar con caracteres griegos por primera vez una lengua viva, algo prácticamente exótico para los impresores en griego fuera de Grecia, más atentos a la representación del griego antiguo y, por regla general, en un marco académico y filológico. Un hito particular de este trance fue el caso de la cursiva, cuyo uso enfático no es pertinente a la hora de representar el griego antiguo, pero se hace necesario en una lengua viva de Europa. Por supuesto, ya había cursivas de reconocida solvencia que en la impresión del griego antiguo se empleaban, no como énfasis (insistimos), sino como variante de estilo del texto principal. Por un lado estaba la británica Porson de las ediciones clásicas oxonienses; por otro, la familia de tipos lipsiakó, inspirados en la Didot recta, nacidos en torno a Leipzig y las ediciones de Teubner, principalmente. Este último estilo se convirtió en Grecia en la cursiva habitual del aplá, especialmente en la versión de Monotype denominada Greek 91. Pero también hubo casos en que se aplicó la Porson con gran maestría y equilibrio.

El estilo aplá en la era digital

Por supuesto, dejada atrás la composición mecánica y la fotocomposición, y ya en el nebuloso e incierto ámbito de la llamada «autoedición», tanto dentro y fuera de Grecia se desarrollaron incontables fuentes TrueType o PostScript de inspiración didotiana, pero generalmente de baja calidad y sin el refinamiento de sus ancestros mecánicos; en parte, por las limitaciones del formato; en parte también por el poco generoso rigor histórico de los desarrolladores. Una excepción, y un oasis, lo constituía el ecosistema TEX, y especialmente metafont, cuya tecnología de fuentes escalables se anticipó en muchos lustros a la de las fuentes TrueType, e incluso a la de las OpenType. Así, cabe señalar el espíritu decididamente Didot de la Computer Modern para representar griego.

Con la llegada de las fuentes OpenType y de diseñadores más peritos, el panorama para los amantes de la Didot (entre los que se cuenta quien escribe este textito) ha mejorado considerablemente, si bien estamos algo lejos aún de la excelsa perfección y gracia de la Greek 90 de Monotype. Entre las aproximaciones actuales (a fecha de estas líneas, entiéndase) me atrevería a citar dos muy conseguidas, todas ellas de licencia libre: La GFS Didot Classic, desarrollada bajo el paraguas de la Sociedad de fuentes griega, y los tipos Old Standard, diseñados por el profesor Alexej Kryukov y mantenidos y enriquecidos en la actualidad por Robert Alessi, Nikola Lečić y Bob Tennent.

Ambas tienen, naturalmente, sus particularidades. La de la Greek Font Society acusa una inspiración más cercana a la Didot de Monotype, con la caja de sus caracteres algo más ancha. Pero, por otra parte, la elección de un estilo Palatino para su juego de caracteres latinos y sus signos de puntuación nos parece completamente desafortunada y sin ningún correlato en la tradición dentro y fuera de Grecia que lo justifique. Si tuviese que quedarme con una de ambas, me decantaría claramente por la segunda, la Old Standard, de diseño muchísimo más cuidado y sustentado por un gran conocimiento histórico. Diríamos que se trata de una Didot de tradición más filológica, aunque su empleo es perfectamente factible y legítimo en una gran variedad de escenarios. Digna de mención aparte es su delicadísima y bella cursiva, claramente de inspiración lipsiaka3.

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Figura 7: Página de un artículo de Dimitris Angelís, compuesto por mí en Old Standard, perteneciente al Volumen de homenaje a la profesora Penélope Stavrianopúlu (Berlín 2013)

Fuentes de las imágenes

Publicado: 16/09/20

Última actualización: 21/01/22


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Notas al pie de página:

1

Por ejemplo, véase esta entrada que aquí dedicamos al caso de las comillas en la tipografía griega.

3

Véase nuestro «experimento» con un poema de Cavafis y la cursiva lipsiakó de la Old Standard.

© Juan Manuel Macías
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